Cuando un querido amigo presentó mi libro

lobato60_60x60

 

 

Sólo una amistad de más de cuarenta años, acrecentada día a día por un constante trato, puede justificar que haya sido yo el elegido para poner este modesto comienzo a las “Nostalgias e ironías desde Cabo Mayor” de Alberto Rodríguez. Pretender presentar a Alberto sería en sí mismo, una redundancia absoluta, cuando no una pretenciosa necedad. Creo que, hoy por hoy, menos Fallero Mayor –y por ausencia del cargo- Alberto lo ha sido todo en los más variados y prestigiosos ámbitos de actuación: Profesor de Lengua y Literatura Españolas, Consejero de Educación, de Medio Ambiente y de la Presidencia en distintos gobiernos de Cantabria, Vicepresidente en Cantabria y miembro de la Ejecutiva Nacional del Partido Popular, Pregonero del DIA de Cantabria, Pregonero del Día del Asturcón –allá en lo alto de nuestro Sueve-, Pregonero de las Fiestas de la Santina en el Centro Asturiano de Cantabria y Socio de Honor del mismo, y tantas otras cosas. Pero Alberto Rodríguez, como tan bien sabemos sus amigos por percepción directa, es mucho más que todo eso, con ser tanto, porque sobre todo ello es hijo y padre ejemplar, amigo fidelísimo y uno de los contertulios más amenos que he tenido la ocasión de conocer. Posee una vastísima cultura de sólidos pilares humanísticos enriquecida con una finísima percepción de los problemas que la realidad suministra, sean éstos políticos o sociales. Ambas circunstancias, a mi entender, resultan esenciales en la visión y criterio que Alberto facilita en muy diversos temas, pues si los trata con criterios exclusivamente prácticos sería atenerse a un rudimentario empirismo precientífico que no siempre resulta útil desde el propio punto de vista práctico; y contemplar los problemas de la vida, sociales o políticos, sólo, desde la teoría, y para ella, supondría un agravio para la práctica, más también para la ciencia en si misma que, al proceder así, empequeñecería su objeto, reduciéndolo a puros esquemas, dejando al lado los hechos y los conflictos de la vida social.

Finalmente, creo que estas “Nostalgias e ironías desde Cabo Mayor”, que con tanto gusto inicio con estas líneas, no pueden quedarse sin hermano literario, y desde aquí pido a sus lectores que se sumen a mi acoso al autor para que, sin tardar demasiado, nos ofrezca otros recuerdos, esta vez de su primera andadura política, tan fecunda en el hacer como henchida de irónicos aconteceres. ¡Que todos tengamos la suerte de poder leerlos pronto!. Amén.

JESÚS LOBATO DE BLAS .

Catedrático E.U. de Derecho Mercantil. CRUZ DE SAN RAIMUNDO DE PEÑAFOR. Académico Correspondiente de la Real de Jurisprudencia y Legislación, Y de la Asturiana de Jurisprudencia

Nota

Jesús: Gracias por tu amistad.

Estás siempre presente en mi corazón y en mi oración.

Descansa en paz.

Amen

EL FUNCIONARIO ANDALUZ DE SAN SALVADOR

37 historia

Paquito es otro de los personajes que aparecen en este retablo del paisaneo de San Salvador. El nombre con diminutivo le viene por la manera cariñosa con que lo llamaba Georgina, su mujer, desde que se hicieron novios, la picardía y la coña rural allerana hizo que desde entonces tuviera esta singular manera de apodarse hasta el resto de sus días.

Don Francisco Moreno llegó por los años treinta a San Salvador como administrativo del juzgado comarcal de Aller. Había nacido en un pueblo de Jaén y como buen funcionario judicial de su época vivía de un sueldo pequeño, por lo que se vio obligado a completar la carrera judicial casándose con Georgina, una rica solterona del pueblo.

El acento andaluz, el porte y la ingenuidad hicieron el resto para que pronto fuera objeto de las bromas de los más avispados de las gentes del pueblo.

Don Francisco Moreno es bajito, regordete, mofletudo, podemos decir que abultaba más a lo ancho que a lo alto. Tenía una cara perfecta para estrellar sanjuanes[1], tan colorada como las manzanas de la pomarada de Serafín que parecía que estuviera irritado en el semblante. Tenía la cabeza ancha, el cuerpo grande y las extremidades cortas.

Desde que se casó con Georgina comenzó a gastar traje y sombrero, su apariencia externa cambió hasta lograr la de un apoderado de buen torero de su tierra, más que la de un funcionario famélico.

A partir del casorio Georgina no permitió que lo llamaran Paquito, sino don Francisco. De poco sirvieron estas pretensiones de la señora porque en el pueblo nadie lo conocía por tal.

Paquito se dejaba convidar por los paisanos que venían al juzgado comarcal a por algún certificado o partida judicial, para que de este modo se aligeraran los trámites burocráticos. Este comportamiento le dio cierta fama de funcionario gorrón en el chigre de Machote que era el que más frecuentaba en el pueblo. Machote, que sabía de este defecto de Paquito, protestaba por lo bajo mientras lo servía e iba aumentando el tono de su protesta cuando el alcohol había hecho su efecto en el funcionario judicial y en el tabernero. Estos enfrentamientos lingüísticos entre los dos personajes hacían la delicia de la clientela en el chigre de Machote.  Paquito, cuando ya estaba saturado de alcohol, aprovechaba para contar sus delirios de grandeza andaluza. Todo el mundo sabía que de Andújar sólo había traído un traje raído por las articulaciones y una maleta de cartón más vieja que el traje, ceñida con cuerdas de esparto para que no se desparramara. Las discusiones con Machote y las alucinaciones de riqueza de Paquito completaban el rato de sainete de la clientela del chigre.

Paquito pasaba las vacaciones de verano en Andújar, presumía en el pueblo jiennense de lo bien que había casado en Asturias y de las muchas propiedades de las que disfrutaba, pero estos relatos en boca del señor Moreno tomaban unos límites tan insospechados que se apartaban de la realidad.

Arturo, el tío pobre de Ricardo, acompañaba muchas veces a Paquito en sus correrías por los chigres del pueblo, sabía, mejor que nadie, el defecto que tenía de vanagloriarse en exceso de sus antecedentes genealógicos y de las riquezas que poseía. Arturo también tenía conocimiento de la vida que Paquito hacía en Andújar en sus vacaciones veraniegas, que frecuentaba diariamente el casino del pueblo, que disfrutaba en exceso mientras contaba sus grandezas a la tertulia más selecta de la sociedad andujareña. Arturo que era un bromista importante urdió, convenció y acordó con Paquito que le enviaría una serie de telegramas a su nombre con la dirección del casino andujareño, haciéndose pasar por administrador de sus propiedades asturianas, de ese modo Paquito podría aparentar a sus anchas en su pueblo andaluz.

Los pueblos pequeños no tenían telégrafos por lo que los telegramas se recibían de viva voz en la centralita de teléfonos del pueblo, que los pasaban a unos impresos al uso que había en aquella época. Este método traía como consecuencia que, muchas veces, se enteraran de las noticias primero los vecinos que el  destinatario.

Don Francisco Moreno se fue de vacaciones y preguntaba todos los días al conserje del casino si tenía algún recado para él, porque estaba ansioso por recibir los telegramas de su amigo y fraudulento administrador. Cuando llegó el primero de los mensajes lo abrió delante de los amigos andujareños, lo enseñó con orgullo a cuantos se incorporaron a la tertulia para que tuvieran conocimiento de la misiva. El texto decía así:

– Venta manzana pomarada de arriba doscientas mil pesetas. Saludos respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.

El segundo de los telegramas tenía el siguiente texto:

–  Venta manzana pomarada de abajo trescientas mil pesetas. Saludos respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.

Paquito estaba tan satisfecho y confiado por lo bien que Arturo cumplía lo pactado que cuando llegó el tercero de los telegramas, simuló que había olvidado los lentes, entregó el impreso a uno de los contertulios para que lo leyera en voz alta, de esa manera todos los socios del casino se enterarían de la misiva. Así lo hizo y el contertulio leyó con solemnidad el texto del telegrama:

–  Roto tonel llagar. Inundación pueblo. Urge tu presencia. Saludos

respetuosos. Administrador general. Arturo Fidalgo.

Machote decía de Paquito que además de faltosu era un babayu[2].

 



[1] Sanjuanes, pasteles rellenos de crema.

[2]  Babayu, fatuo, engreído, que presume sin razón o más allá de lo que es aceptable por el decoro.

 

RICARDO, EL SOBRINO INTERESADO

 


 Historia

 

Cuando alguno de los amigos me pregunta por la impresión que yo tengo al observar la diferencia de trato de algunas personas en el cargo, durante el cargo y después del cargo político, siempre recuerdo a Ricardo, el sobrino interesado, que es como yo llamo a este paisano y vecino de un pueblo cercano a San Salvador.

 

Ricardo venía periódicamente a la capital del concejo por razones de trabajo y entonces aprovechaba  para cumplimentar a su tío don Ernesto, que era como él lo llamaba. Ricardo tenía en San Salvador a dos familiares directos; uno rico, que era el mencionado don Ernesto, y otro pobre, también tío carnal, pero que él llamaba Arturo a secas, es decir que le retiraba de un plumazo el tratamiento familiar y el de cortesía que usaba con don Ernesto.

El tío don Ernesto era un indiano viudo de una de las hijas más ricas del pueblo, desde la muerte de su mujer vivía acompañado de su criada de toda la vida, de una hija de Ricardo que hacía de ama de llaves y de acompañante familiar.

Por los años cincuenta quedó vacante la alcaldía en Ayuntamiento de Aller y don Ernesto fue nombrado alcalde del Concejo. Hasta entonces don Ernesto llevaba una vida ordenada y rutinaria, pero las exigencias del cargo le hicieron cambiar las costumbres tacañas que le había impuesto su difunta mujer. Había hecho las Américas en Cuba y tenía el gusto de un buen habano después de las comidas. Antes, doña Delfina jamás le autorizaba fumar delante de ella, ahora encendía un veguero con otro. Antes no bebía una copa de un buen coñac más que los domingos después de comer, ahora cuando se le antojaba. No conoció otra mujer que doña Delfina, ahora gozaba lo que podía. Era un hombre feliz salido de la Inquisición de doña Delfina, que en gloria esté. ¡Que feliz era el tío don Ernesto!.

Ya viudo, con el cargo de alcalde recién estrenado conoció y se prendó de una funcionaria con la que cortejaba a hurtadillas fuera del pueblo. Pronto los rumores del posible casorio de don Ernesto llegaron a los oídos de su sobrino Ricardo que temió por las esperanzas hereditarias para su hija.

Arturo, el otro tío carnal de Ricardo, que era un hombre de economía más modesta, cargado de hijos, con un gran sentido del humor e ingenioso para los ripios satírico-burlescos de los acontecimientos del pueblo, puso en boca de Ricardo estos versos:

 

Si es verdad que te casas

Y bien lo dan por seguro

Dejaré de llamarte tío

Como hago con Arturo.

Las mismas impresiones que tuvo don Ernesto con la reacción de su sobrino Ricardo, son las que algunos expolíticos sienten con algunas gentes de igual filosofía.

 

MACHOTE, EL CHIGRERO MÁS FAMOSO DE SAN SALVADOR

35 historia

 

 

Machote es uno de estos paisanos míos que ya presenté y hablé de él con ocasión  del pasaje de la confesión de Serafín con don Feliciano, el canónigo. Machote es un vecino al que yo guardo mucho cariño, igual que a su mujer y a sus hijos.

En aquella ocasión Machote sirvió de transmisor oral, a modo de juglar medieval, para que no se perdiera esta vivencia que yo os he contado.

Machote había venido a vivir a la capital del concejo a finales de los años cincuenta o principios de los sesenta; natural y vecino de Felechosa, ferroviario de mantenimiento del Vasco-asturiano en la línea que hacía el recorrido entre Oviedo y Collanzo.

Cuando llegó a San Salvador cogió el traspaso de un chigre[1]propiedad de Benjamín el carnicero. Era una taberna relativamente moderna porque llevaba pocos años en funcionamiento. El mostrador estaba enfrente, según asomabas por la principal, entre dos puertas, la de la izquierda que entraba a la cocina, la de la derecha que salía al comedor y se comunicaban. El resto del local estaba lleno de mesas de estructura de hierro con encimera de mármol blanco con sillas y bancos de madera sin respaldo arrimados a las paredes laterales.

Machote, como su nombre indica, era grande, fuerte y simpático. Cuando tenía alguna copa de más presumía de su fuerza y virilidad  haciendo profesión de machote. El orgullo por el apodo fue tal que lo exhibió en el toldo que embellecía la terraza: Café – Bar Machote, lo mismo que en las cajas de sidra.

Machote regentaba personalmente la parte de chigre del bar, mientras que su mujer preparaba las comidas y su hija atendía a los clientes en el comedor. Pronto Machote, con la buena marcha del negocio, dejó la profesión de ferroviario y se dedicó en cuerpo y alma al bar.

Machote tenía costumbre, por las tardes cuando ya el alcohol había hecho su efecto, echar discursos, decir algún chascarrillo y contar historietas como la del canónigo, todo ello adornado por los vulgarismos fonemáticos involuntarios que usaba con toda naturalidad, de los que ya hice mención en el  citado apartado.

Evitaba la presencia de su mujer durante el parloteo. Pero algunas veces la aparición inesperada de su mujer producía enfrentamientos dialécticos entre la pareja que hacían la delicia de la clientela. Los más pícaros intervenían a favor de la mujer para excitar la incontinencia verbal de Machote que siempre zanjaba la discusión exigiendo a su mujer respeto jurisdiccional del territorio con estas palabras:

–      Tú gobierna p´allá- señalando a la cocina -que p´acá gobierno yo-señalando al chigre.

La mujer obedecía resignada no sin antes advertirle el ridículo que estaba haciendo ante la clientela con estos epítetos:

–      ¡ Gochón ¡ ¡ Borrachón ¡ ¡ Tontón ¡

El poder coercitivo de la ley

Machote recibía con agrado a los estudiantes del pueblo cuando llegábamos de vacaciones y siempre nos tenía preparada la última historia que entendía que podía hacernos gracia. Estaba muy agradecido porque nosotros hubiéramos divulgado sus hazañas más allá de los límites del concejo.

–      ¿Sabéis el incidente que tuve con unos chavalinos de Mieres?

–      Cuenta Machote, cuenta…

– Yo estaba hablando con mi mujer cuando vi entrar por la puerta a dos mozucos muy repeinaos, con muncha conversación y que con descaro me decíen:

¡Machote! ¡ponnos dos copes de coñac!.

Ya nun me gustaron les palabres ni los prójimos y vi que se habíen confundío de establecimiento y de paisano. ¿Qué confiances son eses?, dije yo pa mi.

A Machote no le gustaba que le llamaran por el apodo más que los conocidos y los del pueblo que le caían bien, y continuó contándonos:

Aunque nun me gustó el tratu púseyos les copes y di la vuelta pa poney un café a Pepín el Pucheru, ya sabéis lo pesau que se pon y nun callaba con el petitoriu, pero cual ye mi sorpresa cuando veo por el espejo de la estantería, que aunque está puercu fai serviciu, que uno de ellos empuja adrede una de les copes y tírala al suelu. Hay niñín donde te metiste, dije yo pa mi. El rapaz con todo el descaru del mundo va y me diz:

¡Paisano cayóseme la copa!.

Yo sin rechistar cogí la botella, pusei otra copa y agarré la ley – un cayau grande que tenía encima de la estantería –  púsela encima del mostraor y dijei:

Ahora invitavos la casa, pero con una condición, que nun caiga ni una gota, nun se vaya a enfadar la ley.

Terminó la historia con la siguiente reflexión ética-machotil:

-Nun ye por na pero el cayau anque nun ye Dios fai milagros.


[1] Chigre, establecimiento dedicado principalmente a la venta de bebidas y comidas.

TRIGÉSIMA CUARTA HISTORIA – LA EXPRESIVIDAD DE COLASA

Foto1

Colasa es una mujer que le resulta más difícil fingir sus emociones que exponerse al genio de su marido. Este rasgo de su carácter la llevó más de una vez a sufrir algún percance de convivencia con otras vecinas menos expresivas que ella. Me refiero a los muchos apoyos lingüísticos que utilizaba en su lenguaje coloquial con las vecinas que no respetaba y que ella denominaba fulixa [1].

A propósito de la expresividad emotiva de Colasa, os quiero mencionar el incidente que le ocurrió en una ocasión con una vecina del pueblo que apodaban “La Campanona”. Su nombre era Rosita, el mote de “La Campanona” le venía por su fama como juglar indiscreto de las noticias del pueblo.

Normalmente las vecinas del pueblo sacaban la basura por la noche, la depositaban delante de su casa, solían ser las cenizas de la cocina de carbón y los pocos desperdicios de la comida. Jaime, el barrendero las recogía de madrugada en su recorrido diario.

Colasa observó que algunos días aparecían esparcidas las cenizas y los desperdicios delante de la puerta de su casa con  el caldero boca abajo, a modo de sombrero. Colasa madrugó para hacérselo saber a Jaime el barrendero, de esta manera indagaba lo ocurrido. Jaime, el barrendero le aseveró que cuando él llegaba ya estaba desparramado el recipiente, a la vez que le hacía saber que él sólo tenía obligación de desocupar los calderos no de llenarlos. Colasa volvió a casa muy pensativa y urdió  espiar por la noche para averiguar la razón de su desgracia. Así lo hizo y dio con la causante de la fechoría. No era otra que Rositona, la campanona, vecina con la que no se hablaba desde una discusión que habían tenido en el lavadero del Boleru. Colasa, al ver a su vecina, salió de casa como toro de toriles y encarándose con Rositona le pidió las  explicaciones de aquella afrenta.

Los gritos de la discusión fueron tales que el sereno del pueblo apareció para poner calma y silencio a las dos vecinas. El municipal llegó al lugar, justo en el capítulo de insultos en los que el Colasa era especialista por excelencia, sin enterarse de la causa de la disputa. Quiso cortar por lo sano y lo saldó con una multa de cien pesetas a Colasa, que era la que  más alborotaba, por alteración del orden público con blasfemias.

No quedó aquí la cosa. Al día siguiente, Colasa apareció en el Ayuntamiento a presentar su protesta oral ante el alcalde. Don Ángel, el alcalde, que ya sabía del altercado por el agente municipal, la interpeló sin más, como primer saludo, con una buena perorata sobre su mal comportamiento y peor ejemplo ante el vecindario. Colasa intentaba meter baza, pero el alcalde se lo impedía, mientras continuaba con su reprimenda. Yo creo que el alcalde lo hacía más que por la amonestación, por provocar la incontinencia verbal y el ingenio de la vecina. Colasa ya harta de la filípica del alcalde le dijo:

–  Mire, señor, dexeme hablar porque sinon crío papu. Lo único que pasó ye que la hija de puta de Rositona, la campanona, tírame les cenices, los desperdicios y la mierda delante de la puerta de casa.

–  ¡ Colasa ¡. Vuelve usted a blasfemar. – Reprendió el alcalde con tono de censura-.

Colasa sacó un billete de cien pesetas del bolsillo del mandíl y lo depositó, muy ufana, sobre la mesa del despacho del señor alcalde y le contestó:

– Tenga estes cien pesetes porque voy a necesitales pa decir quién ye Rositona, la campanona, sinon quién ye el guapu que retrata a esta muyerona sin blasfemar más de una vez.

Esta expresividad natural de Colasa y la simpatía que el alcalde tenía por ella provocó la risa en el regidor del concejo.



[1] Fulixa o folixa, canalla, gente ruin.

TRIGÉSIMA TERCERA HISTORIA – LA CRIADA DESPIADADA

image1

Severiano era el quinto hijo de Leandro, el maestro del pueblo, y de Teresa. El bisabuelo Leandro enviudó pronto y se volcó en la educación y en el cariño hacia sus hijos Valeriano, José, Teresa, Pachón y Severiano. Read more »

TRIGÉSIMA SEGUNDA HISTORIA – LOS MOTES Y APODOS EN LOS PUEBLOS

Los sobrenombres, apodos o motes los define la Real Academia Española como nombres que suelen darse a una persona, tomados de sus defectos corporales o de  alguna circunstancia. También como chiste o dicho gracioso con que se califica a una persona o cosa, sirviéndose ordinariamente de una ingeniosa comparación. Read more »

TRIGÉSIMA PRIMERA HISTORIA – Pin, el sacristán inquisidor

pin

Pin, el sacristán inquisidor

Severiano tenía un gran sentido del humor y siempre estaba rodeado de los mozos del pueblo que gustaban de escuchar las anécdotas y ocurrencias del abuelo. Read more »

TRIGÉSIMA HISTORIA – Los abuelos de Tudela

abuelos_tudelaFamilia de Severiano González y Guadalupe Madera

Los abuelos maternos vivían en una posición desahogada dentro del mundo rural. Tenían un pequeño rebaño de vacas lecheras, gallinas, patos y el burro, animal imprescindible para las labores diarias de transporte del verde para el ganado, de las pequeñas cosechas de la vega, así como para el abono de los prados y  las huertas. Me llamaba la atención este modo de vida distinto y más cercano a la naturaleza. Tenían toda clase de árboles frutales, manzanas, peras, ciruelas, cerezas, guindas, membrillos, melocotones, nueces, avellanas y castañas. Todas estas variedades de frutas estaban distribuidas en las distintas propiedades rústicas. Cuando era la época de la recogida de la hierba las visitábamos todas. Read more »

VIGÉSIMA NOVENA HISTORIA – TUDELA DE AGÜERÍA

Iglesia Parroquial de Tudela de Agüeria

Iglesia Parroquial de Tudela de Agüeria

Mi madre fue una mujer muy integrada en la familia y en el pueblo de Tudela. Quiso siempre que sus hijos tuvieran el mismo apego por los suyos y por el lugar donde nació y vivió su infancia y juventud. Continuamente nos relataba las costumbres, las fiestas y los personajes más sobresalientes de la aldea. Me parecía haber vivido con ella cada uno de los pasajes anecdóticos que nos contaba. No sólo fueron esta transmisión oral la que nos unió con la familia de Tudela, sino también el trato frecuente con ellos en las muchas visitas que hacíamos a la casa de los abuelos. Read more »

Opiniones Libres.es